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Quico Cantero.

lunes, 23 de abril de 2012


     Le voy a contar una historia, todo empezó un día cualquiera, me encontraba yo con mis amigos en un garito de mala muerte cuando todo se torció. Eran ya altas horas de la madrugada y 3 muchachos con pinta de cubanos, entraron a pedirme si sabía donde está el metro echandome su aliento a tabaco y alcohol, se lo indicamos y se fueron.



     "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaba, por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos." (García M., 1999: 11)


     Sí, pensarán: que me estas contando, y eso fue lo mismo que todos pensaron en su momento, nos encontrabamos en las afueras de Asturias, en Vegadego, un pueblecillo que hace frontera con Galicia. Bueno, volviendo a lo que paso aquella noche, lo del coronel Aurelio, es otra historia y debe ser contada en otro momento. Aquella noche, todos eramos menores de edad, pero en el garito en el que estábamos, no había mucha luz y todos parecíamos mayores de lo que éramos, vamos, que no nos pusieron muchas pegas para ponernos alcohol. Lo único que nos dijo el camarero fue: -Y sois mayores de edad, amigos?
Pusimos nuestra cara más fría y sin que nos temblara la voz, (si ven que te tiembla la voz y estás nervioso enseguida se dan cuenta de que eres menor y no te sirven nada) le dijimos lo que queríamos tomar, haciendo caso omiso de su pregunta.



     Cuando terminamos, pagamos cada uno lo que habíamos tomado y nos fuimos, ellos iban muy borrachos, yo no tanto, créanme, soy capaz de beber lo que sea y hacer que no se me note lo más mínimo, para eso tengo mucho aguante. Ellos iban muy mal, llegaron al punto en el que no sabían el nombre de las cosas, todo era nuevo para ellos y para nombrar algo, solo podían señalarlo con el dedo. Aquella noche no acabó bien, pero prefiero que no sepan lo que pasó aquel día, solo les diré que me esperaban cien años de soledad.

Bibliografía

GARCÍA M., G. (1999): Cien años de soledad, Ed. El Mundo, Madrid.